“VÍCTIMAS DE LA REVOLUCIÓN SEXUAL”
- daughterofcortes
- Mar 25
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En nuestros días son frecuentes las acusaciones de acoso, abuso y agresión sexual contra hombres pertenecientes al ámbito del espectáculo, de la política, del deporte y hasta de la alta sociedad. Dichas conductas, son injustificables, aun cuando en algunos casos se pueda, ciertamente, alegar el consentimiento de algunas féminas que, liberadas de todos los “prejuicios y tabúes sexuales” de damas, ya no tienen ni el nombre. Pues lo cierto es que el hombre, debería, por honor y por decencia comportarse siempre, como caballero. Y, ahora que la virtud de la templanza escasea entre muchos varones bien deberían, si no por prudencia (que tampoco abunda) al menos por interés propio, tener un poco más de autocontrol ante la gran posibilidad de que el consentimiento tácito o aún explícito de una mujer, se transforme en un ruidoso escándalo y hasta en una temible demanda. Ya que, denunciar públicamente los bajos comportamientos de algunos varones (al tiempo que se celebran otros similares) es la forma que tiene nuestra cínica sociedad de gestionar la insatisfacción, frustración y humillación a la que la revolución sexual ha condenado a innumerables mujeres.
El gran aprecio que la sociedad de antaño daba a la modestia, a la pureza, la y a la virginidad situaban a la mujer en tan gran altura que, a la vez que se le protegía, obligaba al hombre a elevar, tanto, su mirada como su comportamiento, a fin de ser digno de ella. Desafortunadamente, nuestra “progresista” sociedad rechazó dichas virtudes como “inventos” con el que el hetero patriarcado machista, inseguro y represor, mantenía bajo su dominio a la mujer. Con ello, en cuestión de décadas, la sociedad sufrió una violenta transformación al aceptar como lícitas las relaciones prematrimoniales, la anticoncepción y el divorcio para, poco después, aprobar las relaciones “abiertas” de todo tipo, la homosexualidad, el aborto y la pornografía.
La promoción, a diestra y siniestra, de las relaciones íntimas casuales, como sanas, liberadoras y placenteras, ha empujado a innumerables mujeres a aceptar, no pocas veces presionadas por el ambiente, tanto conductas indecentes como relaciones íntimas. La revolución que prometió amor y libertad ha convertido a muchas mujeres en un objeto de placer tan asequible y desechable que la mayoría de ellas, para tener intimidad con un varón, ya no espera al matrimonio, otras muchas ni siquiera aguardan una ilusoria promesa de amor eterno y, varias, ya no esperan ni una galante invitación a cenar. Hoy, la mujer tiene múltiples parejas y está más sola que nunca; goza de un sueldo, pero para conservarlo, depende de pastillas antidepresivas, anticonceptivas y hasta abortivas. Además, está tan emancipada que ha renunciado a la protección del esposo y al cariño de los hijos para dedicar todo su esfuerzo y gran parte de su tiempo en lograr ser un nombre más en la nómina de una empresa. La normalización de las relaciones casuales ha dejado a muchas mujeres no precisamente liberadas ni empoderadas, sino denigradas, humilladas, con el corazón roto y el alma destrozada.
Paradójicamente, al tiempo que la sociedad culpabiliza al varón de todas las desgracias habidas y por haber, promueve (como solución) la imagen de un hombre infantilizado, bobalicón, vulgar y comodino, cuyo objetivo es pasarla lo mejor posible sin grandes responsabilidades ni sacrificios. De ahí el silencio y la pasividad de varios hombres que, navegando entre el complejo y la indolencia, permiten que la impudicia impere en las modas, el entretenimiento y en las costumbres de su propia familia. Pues la deconstrucción de la masculinidad ha acelerado la corrupción de la mujer y ha favorecido el actual ataque a la familia.
Desafortunadamente, aun cuando muchos se escandalizan de ver la terrible depravación moral a la que hemos llegado, la gran mayoría de la sociedad (incluidos no pocos católicos) rechazan varias enseñanzas de la moral sexual cristiana (castidad, anticoncepción, divorcio, etc.) sin reconocer que es, precisamente el rechazo, así sea a una sola de ellas, lo que nos ha conducido a esta terrible crisis. Puesto que, la alta exigencia de esas divinas enseñanzas permite, al hombre y a la mujer, dirigir y elevar sus apetitos a fin de vivir en la verdadera libertad y plenitud de los hijos de Dios.
Parafraseando a C.S. Lewis; nuestra naturaleza caída, los demonios que nos tientan y toda la propaganda contemporánea en favor de la lujuria se combinan para hacernos sentir que los deseos a los que nos resistimos son tan “naturales”, tan “sanos” y tan “razonables” que es casi perverso resistirse a ellos. Anuncio tras anuncio, película tras película, canción tras canción asocian la idea de la permisividad sexual con las de la salud, la normalidad, la juventud, la satisfacción y la felicidad. Esta asociación es una mentira. Como todas las mentiras poderosas, está basada en una verdad; la verdad de que el sexo en sí (aparte de los excesos, obsesiones y perversiones que lo deforman) es bueno. La mentira consiste en pretender que todo acto sexual al que uno se siente atraído es en sí mismo saludable, normal y bueno. Pues bien, esto desde cualquier punto de vista es una insensatez. Ceder a todos nuestros deseos evidentemente conduce a la impotencia, a la enfermedad, a los celos, a la mentira, a la insatisfacción y a todo aquello que es lo opuesto a la felicidad, la cual es imposible de conquistar sin la virtud. Pues la virtud trae consigo la luz; la permisividad conduce irremediablemente a las tinieblas.
Fuente:
C.S. Lewis: “Cristianismo… Y, nada más”
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