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“LOS ERRORES DE LUTERO”

  • daughterofcortes
  • Mar 25
  • 5 min read

En nuestra sociedad, existen una serie de mitos que se han difundido con tal fuerza y astucia que, son creídos por muchos, a pie juntillas. Uno, de estos, es la extendida creencia de que Martín Lutero fue un humilde y devoto monje que, al enfrentar valientemente la “tiranía” que por siglos había ejercido una Roma dogmática y oscurantista, trajo a occidente la libertad y el progreso tan anhelados. Además, varios católicos consideran que la “reforma” fue una reacción “saludable y necesaria” a la “terrible decadencia” en la cual se encontraba la iglesia católica.

 

La falsa propaganda que el mismo Lutero se encargó de difundir (brillantemente, hay que decirlo) y que los enemigos de la iglesia han ampliado, acrecentado y difundido a lo largo de estos siglos, ha ocultado astutamente varios aspectos sumamente oscuros, tanto de su figura como de su legado. Lutero poseía un carácter caprichoso, arrogante e iracundo, muy diferente al idealizado “gran reformador”, que, asqueado por la corrupción del clero, buscase purificar las costumbres y elevar la moral de la iglesia. Lutero le escribiría al Papa: “Yo no impugno las malas costumbres, sino a las doctrinas impías” (1). De hecho, apoyado por los príncipes alemanes, vivió una vida de lujos, excesos y placeres en compañía de su mujer (la ex-monja Catalina Bora) y de sus hijos. El mismo lo confiesa: “los nuestros (tiempos) son al presente siete veces más escandalosos que lo que se ha usado hasta ahora; noso­tros robamos, mentimos, engañamos, comemos y bebemos y nos entregamos a todo género de vicios... (2)

 

Lutero, con la visión terriblemente pesimista que lo caracterizaba, creía que la naturaleza humana estaba totalmente corrompida por el pecado original. En consecuencia, sostiene que el hombre está irremediablemente obligado a pecar, ya que su razón (“ciega, sorda, necia, impía y sacrílega”) es incapaz de realizar un juicio moral y que, al no ser el hombre dueño de su voluntad (pues carece de libre albedrío) sus obras, tanto buenas como malas no contribuyen, ni a su salvación ni a su condenación. Así, afirma: “El hombre no posee un libre albedrío, sino que es un cautivo, un sometido y siervo, ya sea de la voluntad de Dios, o la de Satanás” (3). Por tanto, el hombre solo es justificado por la fe (sola fide) que consiste en la confianza total de haber sido salvado por Cristo. De ahí su infame frase: “Peca fuertemente, pero cree más fuertemente aún.” (4)

 

Asimismo, Lutero fue un hombre servil y adulador con los poderosos, de quienes recibió grandes favores que supo “pagar” bien. Al grado que, cuando Felipe I de Hessen, casado y con varios hijos, le exige la aprobación de un matrimonio adicional, Lutero, junto con Melanchthon, le da licencia a ello. Al respecto escribió: “El pastor, en casos individuales de necesidad absoluta, y para evitar cosas peores, puede sancionar la bigamia únicamente bajo condiciones excepcionales; tal matrimonio bígamo, es un matrimonio verdadero (habiendo sido comprobada la necesi­dad) a los ojos de Dios y de la conciencia; pero no es un ver­dadero matrimonio en lo referente a la ley pública y a las costumbres. Por lo tanto, tal matrimonio deberá mantenerse en secreto…” (5) En cambio, fue déspota con los humildes. En el levantamiento popular, conocido como la guerra de los campesinos alemanes (1524-1525), dio órdenes de que los rebeldes fuesen aniquilados “como perros rabiosos”. De alrededor de 300,000 campesinos que, siguiendo sus ideas, se rebelaron contra sus señores, se calcula que fueron masacrados más de 100,000 (6).

 

Además, la “reforma” provocó fanáticas persecuciones, como las terribles cacerías de brujas, las cuales tuvieron lugar en los territorios en los cuales triunfaron sus ideas. Asimismo, la tan cacareada “tolerancia protestante”, impuso las conversiones forzosas, encontrando, quienes resistieron, no pocas veces la muerte y siempre, tiránicas leyes de discriminación, pues con Lutero se origina el principio conocido como “cuius regio, eius religio”, según el cual el príncipe tiene derecho a imponer sus creencias religiosas a toda la población. La furia con la que se perseguía a quienes no acataban dócilmente las ideas reformistas, aunado a la anarquía imperante, dieron como resultado que, de acuerdo con la prestigiosa historiadora Elvira Roca, los enfrentamientos entre fracciones protestantes ocasionaran aún más muertos que las guerras entre católicos y protestantes (7).

 

Lutero fue un hereje de una soberbia perversa: “Yo, el doctor Lutero (…) hablando en nombre del Espíritu Santo” (…) “No admito que mi doctrina pueda juzgarla nadie, ni aun los ángeles. Quien no escuche mi doctrina no puede salvarse” (8). Sin embargo, a medida que avanzaba la “reforma”, se hacían tan evidentes los daños de esta que a Zwinglio le escribe: “Le asusta a uno ver cómo donde en un tiempo todo era tranquilidad e imperaba la paz, ahora hay dondequiera sectas y facciones: una abominación que inspira lástima […] Me veo obligado a confesarlo: mi doctrina ha producido muchos escándalos. Sí; no lo puedo negar; estas cosas frecuentemente me aterran”. También le escribió a su amigo Melanchton: “¿Cuántos maestros distintos surgirán en el siglo próximo? La confusión llegará al colmo…” (9) En eso, no se equivocó. Según la Enciclopedia Cristiana Mundial, en 1600, ya había más de 100 sectas diferentes. En 1900 había 1000; en 1981, más de 20,700. Y siguen en aumento, pues, El Centro para el Cristianismo Global del Seminario Teológico Gordon-Conwell, estima que actualmente hay 47.000 denominaciones (sectas).

 

Lutero, con su cisma, rompió la cristiandad y encabezó una rebelión contra Dios que ha llevado a innumerables almas a abandonar la Barca de Pedro. Además, la promoción y difusión, desde hace siglos, de su perverso sistema de someter la palabra de Dios al examen y juicio de cada individuo, dio origen al liberalismo (que “emancipa” al hombre de la autoridad divina) y posteriormente al modernismo (la suma de todas las herejías). Este ha logrado seducir, lamentablemente, a muchos católicos que han abandonado la sana doctrina, olvidando la advertencia de san Pablo en su carta a los Gálatas 1:8: "Pero, aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema.”

 

No nos dejemos seducir por ninguna novedad. Tampoco permitamos que el miedo y la desesperanza ante la tormenta nos lleve a buscar barcos en apariencia más seguros.  Que la Santísima Virgen María, Exterminadora de Todas las Herejías, nos proteja y guíe para que, durante nuestro peregrinaje por este mundo, permanezcamos siempre fieles a Cristo y a Su iglesia.

 

 

(1)Alfredo Sáenz, La Nave y las tempestades. La Reforma Protestante

 

 

 

 

 

 

 

(7)Imperiofobia y leyenda negra. María Elvira Roca Barea

 

 

(9)Alfredo Sáenz, La Nave y las tempestades. La Reforma Protestante, Gladius, Buenos Aires 2005, 

 

Otras fuentes:

 

 

 

 

 

 

Luther's Last Battles: Politics and Polemics 1531-46 Paperback – December 1, 2004 

By Mark U. Edwards Jr  

 

 

 

 
 
 

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