“LA VERDADERA LEY”
- daughterofcortes
- Mar 25
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Nuestra progresista sociedad cuyas leyes emanan de la “voluntad popular” rechaza la ley natural inscrita en el corazón de todos los hombres. Esa ley, que parte de la supremacía de los principios morales universales, fue reconocida, aún, por varias antiguas civilizaciones paganas y en la Grecia clásica fue plasmada en varias obras literarias. Así en Antígona, la gran obra de Sófocles, esta (a pesar de la prohibición expresa de su tío, el tirano Creonte) decide enterrar a su hermano Polinices, muerto a manos de su también hermano Eteocles al tratar de recuperar el trono de Tebas que le correspondía. Antígona sabe que va a ser castigada con la muerte por dicha desobediencia, más esto no la detiene, pues comprende que las leyes divinas, que son inmutables y justas, deben ser obedecidas antes que las humanas. Por ello, cuando Creonte reprende su acción, ella responde: “Nunca pensé que tus edictos tuvieran tal fuerza que tú, un simple mortal, pudieras anular con ellas las leyes divinas que no escritas, no proclamadas, pueden presumir de una moneda de validez eterna… Sabía que iba a morir… Y si muero antes de tiempo, yo lo llamo ganancia…
Aun en la actualidad Mark Hauser, del departamento de Neurociencias de Harvard ha respaldado, a través de diferentes estudios, la afirmación de que existe una "facultad moral universalmente compartida” por todos los seres humanos. Esta ley divina, de acuerdo con la Grecia clásica, herencia moral evolutiva, según algunos científicos actuales, es simple y llanamente la ley natural. Ese conjunto de leyes comunes inscritas por Dios en el ser humano y que puede ser conocida de manera innata gracias a la razón, la cual permite al hombre distinguir el bien del mal y obrar de manera que sus actos recaigan siempre de manera positiva en el otro.
De ahí que la ley natural, de acuerdo con Santo Tomás de Aquino, consista en hacer y procurar el bien y evitar el mal. Ya que, el orden del universo, que participa de la ley eterna, manifiesta que cada creatura se encuentra inclinada de manera innata a actos y fines que le permiten su pleno desarrollo. De esta manera, el hombre, en cuanta criatura racional, participa de la providencia y sabiduría divina al tener la facultad de seguir libremente dicha ley, reconocer su destino trascendente y ordenarse a él. Así, la recta razón guía y ordena los actos del hombre hacia el bien común, pues todas las cosas van de manera natural guiadas hacia un fin último o fin natural que en el hombre es la felicidad. Cuando, por el contrario, el hombre se desvía o rompe dicho orden al dejarse llevar por la concupiscencia, es decir por aquellos deseos y pasiones contrarias a la razón y, por lo tanto, a la ley divina, no solo se causa daño a terceros, sino que a sí mismo, pues al negar su mismo ser y suprimir su razón hiere su misma dignidad.
Aun cuando ninguna sociedad ni régimen político es perfecto; antiguamente la sociedad, al poner el énfasis en el deber y en la práctica de las virtudes, de manera especial la justicia, garantizaba el equilibrio y el orden, amén de compartir los valores y principios fundamentales. Por ello, durante muchos siglos, las diferentes sociedades antepusieron sus deberes y responsabilidades a sus derechos, más esto no significa que no los tuvieran. Por el contrario, el contravenir las leyes divinas se reconocía como un abuso de poder que llevó a algunos pueblos a enfrentar al tirano y sus desafueros. De ahí la célebre frase de Lope de Vega: “Todo lo que manda el Rey que va contra lo que Dios manda, no tiene valor de ley, ni es Rey quien así se desmanda”.
Desafortunadamente, a partir del renacimiento se rechaza la visión tomista del hombre, el cual es colocado como centro. Con la llamada reforma se difunde el escepticismo en la capacidad de la razón humana para conocer la verdad, lo que da pie al relativismo y al emotivismo que niega la realidad y convierta al hombre en la medida por la cual se juzgan las cosas. Así, a medida que se anteponen los derechos del hombre sobre sus deberes, se privilegian los deseos individuales sobre el bien común y se merma la cohesión social. De ahí que los derechos naturales hayan sido sustituidos por unos derechos humanos cada vez más politizados.
Actualmente, prácticamente todos los estados occidentales rechazan la tesis de la corruptio legis, la cual establece que la ley positiva contraria a la ley natural no es verdadera ley, sino corrupción de ley. Así, al rechazar la ley natural hemos acabado desafiando abiertamente la ley divina. El resultado es una sociedad cada vez más fragmentada por diversas ideologías, y expuesta a los excesos e injusticias de los estados modernos que, en nombre de la libertad, de la igualdad, de la democracia, de la tolerancia y de la inclusión convierten en derechos verdaderas aberraciones (como el aborto). Con ello, vemos como se expanden día con día los llamados derechos sexuales de toda índole, al tiempo que vemos cómo van disminuyendo hasta desaparecer nuestros derechos fundamentales.
El verdadero sentido de la ley no se opone ni a la libertad ni al desarrollo del hombre. Por el contrario, es un medio para ayudarnos a realizar el fin para el que Dios nos ha creado. Por ello, solo sobre la base de la ley natural y eterna podremos construir valores ciertos y universales y con ello una sociedad buena, justa y por ende plena y feliz.
Concluyo con una frase de Cicerón: “La verdadera ley es la recta razón conforme a la naturaleza, extendida a todos, permanente, eterna, que llama al deber con sus mandatos, y con sus prohibiciones nos aparta del delito... no es legítimo sustituir esta ley por otra contraria, ni es lícito derogarla en parte, ni se puede derogar por completo”.
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