Un reciente estudio de la reconocida empresa americana de análisis, Gallup, realizado por más de una década a diferentes grupos socioeconómicos de personas (casadas, divorciadas y en concubinato) ha confirmado que el matrimonio incrementa, significativamente, la satisfacción, la prosperidad y la felicidad de las personas. Asimismo, afirma que, las personas que viven en matrimonio tienden, con mayor frecuencia, a ser religiosas, a tener hijos y a tener una relación más fuerte, sana y amorosa, tanto con su pareja como con sus hijos, que las personas que viven en otro tipo de relación. El estudio concluye que el matrimonio, con sus múltiples compromisos, formales e informales, además de fomentar una selección más cuidadosa de la pareja, promueve el que las personas realicen un mayor esfuerzo para desarrollar y mantener una relación de alta calidad.
Este estudio, que se hiciese público a finales de marzo, no afirma nada nuevo sino que respalda lo que siempre se ha sabido. El matrimonio es la institución bajo la cual, tanto el hombre como la mujer establecen una unión de pareja sana, estable y plena. Amén de ser la institución ideal para el nacimiento y desarrollo de los niños. Pues se ha comprobado que, en promedio, los niños criados por sus propios padres, en un matrimonio sano y estable, disfrutan de una mejor salud física y mental, tienen menores tasas de deserción escolar y más éxito en la escuela y posteriormente en su vida profesional y personal. Ya que Además, presentan menos conflictivos, especialmente en la adolescencia, relacionados con la promiscuidad, los embarazos, el uso de drogas y el uso de la violencia, que los hijos de padres no casados.
Desafortunadamente, nuestra “progresista” sociedad, hace décadas que, abrió, de par en par, la puerta de la inmoralidad sexual aceptando todo tipo de perversiones siempre y cuando, éstas sean consensuadas. El divorcio, la anticoncepción y el aborto así como las relaciones prematrimoniales, la cohabitación, la infidelidad y el uso de la pornografía son cada vez más comunes en una sociedad que, al erosionar el significado y el propósito del matrimonio han provocado una violenta transformación de la sociedad al corromper su mismo núcleo, la familia.
Así, la liberación sexual que promovió como “lícitas” y plausibles las relaciones íntimas fuera del matrimonio ha provocado el declive de éste el cual es visto, cada vez más, como algo innecesario e irrelevante. De ahí que, tantas parejas vivan juntas en esa especie de falso matrimonio que es la cohabitación. Actualmente, las estadísticas muestran que las parejas de adultos, entre los 18 y 44 años, que viven con su pareja han superado a los que viven con su cónyuge. Lamentablemente, se ve la institución matrimonial como algo obsoleto y además, sumamente frágil debido al altísimo número de divorcios. De acuerdo con el Instituto de Estudios de la Familia la tasa de divorcios en los Estados Unidos es de alrededor del 42%, la cual aumenta a 50% si se incluye la ruptura matrimonial a través de la separación permanente de los cónyuges que no se divorcian legalmente.
La destrucción del matrimonio natural, permanente y abierto a la vida ha dado paso a las llamadas nuevas familias que han dejado a varios adultos solos y heridos; a muchos niños sumidos en la desconfianza y a varios jóvenes heridos al habérseles arrebatado la fe en el verdadero amor. La cohabitación es una mala imitación de la vida matrimonial en la cual no es necesaria la voluntad, la generosidad y el sacrificio de los cónyuges puesto que, las relaciones “abiertas” permiten la salida fácil, cuando la relación ya no es provechosa o satisfactoria, al menos para uno de los dos. No es casual que nuestra sociedad sufra, a edades cada vez más tempranas, de ansiedad, depresión, alcoholismo, adicción a las drogas y tendencias suicidas. Desafortunadamente, se ha infiltrado también, entre los católicos, esa apertura de mente que da cabida a todo tipo de conductas inmorales y señala como anticuada, rígida e intolerante la moral sexual natural. Son ya varias parejas de católicos que, seducidas por las falsas promesas de la revolución sexual, practican la cohabitación, no pocas veces ante el silencio cómplice de los padres, antes de dar el definitivo paso al matrimonio el cual, muchas veces ni siquiera se lleva a cabo.
Como vemos, la evidencia recabada por varios estudios confirma las enseñanzas de la iglesia. El matrimonio es una institución natural que no puede ser ni transformada ni sustituida y de la cual se beneficia toda la sociedad. Las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer tienen un lugar, el matrimonio, y un objetivo, la procreación de los hijos y la intimidad de los esposos. Toda conducta contraria acaba hiriendo gravemente a los involucrados y va directamente en contra de los designios de Dios, quien elevó a sacramento la institución natural del matrimonio. Por ello, el declive de la institución familiar sólo puede revertirse promoviendo y anunciando la belleza del matrimonio cristiano que, basado, no en sentimientos ni en emociones pasajeras y caprichosas, sino en la caridad; que todo lo excusa, que todo lo cree, que todo lo espera, que todo lo tolera, es fuente profunda de felicidad y plenitud de los cónyuges, de sus hijos y por ende de la misma sociedad. Parafraseando a Dietrich von Hildebrand, el matrimonio es la más noble y la más íntima comunidad de amor, de ese amor mutuo que hace que los esposos emprendan juntos, el viaje que los lleve a alcanzar el cielo.
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