“EDUCACION SIN VALORES”
- daughterofcortes
- Mar 25
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Se dice que la evidente disipación moral que sufre nuestra sociedad es debida a una crisis de valores sin precedentes. Esto, no deja de resultar paradójico, puesto que, desde hace ya varias décadas, múltiples instituciones y organismos internacionales promueven, a través de los muchos medios que tienen disponibles, la llamada educación en valores. Bajo dicho término se arropan diversos valores como: valores éticos, valores cívicos, valores democráticos, valores humanos, valores para la vida, valores para la paz y hasta los calificados por la ONU de “valores tradicionales violentos” (aquellos que promovidos por la cultura o la familia “impiden” la inclusión, la equidad y la igualdad) a los que se contraponen los “valores modernos” que, de acuerdo con la ONU, son los que se promueven a través de la educación “sexual integral”, de las propuestas para enfrentar el “cambio climático” y del apoyo a la “diversidad” (1). Estos “valores”, se difunden a través de documentos, como La Carta de la Tierra (2); de organismos internacionales, como la UNESCO (3) y de asignaturas educativas, como la asignatura de Valores Cívicos y Éticos en España (4) que promueven el respeto por la diversidad, las identidades de género y los derechos de la ideología del abecedario. Como vemos, la educación en valores que promueve el sistema imperante, lo que pretende es adoctrinar a los estudiantes, de todos los niveles, en perversas ideologías.
Desafortunadamente, muchos padres, cuáles ovejas en medio de lobos, pecamos de ingenuidad, pues pensamos que nos basta con ser sencillos como palomas, olvidando que, también, debemos ser astutos como serpientes. Así, creemos que cuando el currículo escolar o los programas educativos usan la palabra valor o valores se están refiriendo a lo que nosotros entendemos por tales. Por ello, es importante tener presente que la palabra valor (además de referirse a la cualidad que permite emprender acciones arriesgadas o peligrosas con firmeza y decisión) significa cualidad de una persona o cosa por la que se considera buena, útil o digna de interés. Por tanto, el valor de algo se basa en el consenso, en la percepción o valoración de lo que una mayoría o aun una minoría con influencia, define como valor. De ahí que, bajo este concepto, se promuevan, tanto pautas y conceptos objetivamente buenos (el valor no negociable, promovido por la Iglesia, del derecho a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural) como ideologías perversas (la ideología del arcoíris promovida por la ONU).
Por tanto, es necesario tener en cuenta que muchos de los valores promovidos hoy en día, especialmente a través de los medios de comunicación y de las instituciones educativas; contradicen la moral cristiana, atacan el bien común y destruyen a la persona. Pues, además, no se conforman con exaltar las pasiones, los deseos y hasta la depravación, sino que los cubren con el barniz moral que otorga el lenguaje ambiguo y engañoso que acostumbran a utilizar. Con ello, nuestra sociedad narcisista e infantilizada es dirigida por una serie de valores centrados en el hombre, medida de todas las cosas y juez del bien y el mal. De ahí que, dicha “moral laica” rechace, tanto los conceptos de vicio, inmoralidad y pecado como los de virtud, gracia y santidad.
En consecuencia, nuestro mundo, relativista y hedonista, difunde y halaga el vicio al tiempo que desprecia la virtud a la que ha sustituido por unos “valores” carentes de valor real. Por ello, a fin de enfrentar con éxito nuestra evidente crisis moral, es importante, tanto comprender los conceptos preponderantes para no dejarnos engañar por su lenguaje confuso, como favorecer los principios morales que, basados en la ley divina y natural, benefician a toda la sociedad y perfeccionan al ser humano. Volvamos a promover la virtud; esa actitud firme y estable del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón. Pues, como afirmase Lope de Vega: “La virtud tiene en sí todas las cosas; y todas le faltan a quien no la tiene”.
Para ello, es necesario no perder de vista que, debido al pecado original estamos inclinados a la concupiscencia (deseo que el alma siente por todo aquello que le produce satisfacción) por lo que no pocas veces, confundimos el bien aparente con el bien real al juzgar, subjetivamente, con base a lo que consideramos atractivo o conveniente en ese momento. Por ello, la virtud, cualidad del alma para conocer y obrar el bien, con facilidad y prontitud, solo se consigue con perseverancia, esfuerzo y sacrificio; ejerciendo violencia contra las propias pasiones, apetitos y deseos. Esto, con el fin de encauzarlas a su verdadero objeto y así lograr la libertad que otorga el dominio de sí mismo y la felicidad que da el conocimiento, el anhelo y el ejercicio de la bondad.
Asimismo, recordemos que las principales virtudes son siete: tres teologales y cuatro cardinales. El libro de la Sabiduría 8,7 nos resume bellamente las virtudes cardinales, fundamento sobre el cual las demás virtudes morales se agrupan: “Si alguien ama la justicia, las virtudes son frutos de sus afanes, pues ella es maestra de templanza y prudencia; justicia y fortaleza: nada hay más provechoso para los hombres en la vida.” Y en cuanto a las virtudes teologales que tienen a Dios por objeto inmediato y principal, pidamos, como San Francisco de Asís, a Nuestro Señor Jesucristo, Su gracia para que, iluminando las tinieblas de nuestro corazón, infunda en nosotros una fe recta, una esperanza cierta y una caridad perfecta.
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